Todo esto es horrible, te dije.
La ciudad que una y otra vez se me mostraba era como una
página web dañada por un virus.
La brisa estaba llena de gasoil y el sol, entre el salitre,
parecía una bola de papel de aluminio que habían arrojado los turistas.
Había bolsas de plástico, botellas de refrescos que las olas
arrastraban, irisaciones devastadas a la orilla del mar.
Tú miraste alrededor y no viste nada de eso, sólo un lugar
diseñado para hacerme feliz.
Las mismas laderas de césped de todos los espacios públicos,
los macizos de flores bien nutridos, la gama cromática y la
temperatura reguladas para no favorecer ninguna disfunción emocional.
Pusiste la mano sobre mi hombro, me retiraste el cabello de
la cara. Me dijiste: no te sientas solo.
Temblabas tú también al abrazarme.
El ferry había partido de nuevo sin mí atravesando la basura.
El mismo grupo de negros fumaba marihuana en la cubierta,
las gaviotas chillaban llenas de ira como una panda de
gamberros adolescentes.
Yo había ido a buscarme y sólo había encontrado los restos de
de mi vida perdidos por aquí y por allá.
Me dolían los insomnios, las sensaciones vacías, la facilidad
para el fracaso.
Me dolía que el amor se hubiera mantenido demasiado lejano,
demasiado impenetrable.
La estela era de aceite.
Las dunas, suaves hasta el horizonte, parecían una de esas actrices porno
con el coño rasurado.
En la playa los bañistas gritaban gol.
Te acercaste a la ventana de mi cuarto, viste a los guardias de
seguridad que controlaban la entrada y salida de vehículos.
A los enfermos que iban por el sendero.
Te dije que la química los mantenía en paz, que no pensaban,
que intentaban sentir de otra manera, que no quería ser
uno de ellos, que otra vez no me abandonarás.
El timbre sonó en el pasillo como la sirena en el puerto.
Desde entonces no puedo soportar el frío, sostener la escarcha,
aguantar el cielo de plomo que cae en mi corazón.
Desde entonces me caliento los dedos con los pétalos secos de
la flor que dejaste.
Soy lo que no hice e hice lo que nunca tuve que hacer.
Los sueños no los conquistan la gente como yo, la gente como
yo se equivoca.
Toma limonada y pastillas.
Por eso mientras los planetas giran, estoy quieto, con todos
mis yos a raya.
No hago nada, no respiro, lloro en silencio, piso con cuidado
sobre nuestros recuerdos, el hielo cae en mi ventana y es él
quien me habla de ti.
poema de DIEGO DONCEL extraído de su poemario PORNO FICCIÓN editado en DVD EDICIONES