jueves, 14 de junio de 2012

El primero de mis prólogos para el nuevo proyecto de Vara: DEAD ZONE.


CUANDO HABLAR CLARO ES NECESARIO PARA QUE EL DOLOR SEA UN BÁLSAMO





Prólogo 1:
 Ángel Muñoz sobre los poemas de Lucía Fraga.
 
No es fácil construir prólogos. No, definitivamente no lo es. Pero si una poeta tan camaleónica como Lucía Fraga pone sus tripas encima de la mesa y con ello te facilita la labor, es algo que el encargado de estas líneas agradece.
Que el dolor o el sexo nos mueva a escribir poesía, en principio, no aporta ninguna novedad a lo hasta ahora existente. Pero sí es cierto que hay algo irreprochable en las líneas de la autora: la obligación de expresarse con la mayor claridad posible, el apego a un lenguaje directo y en ocasiones soez para sacar ese dolor que roe las entrañas, y por encima de todo la obsesión de no reprimirse. Sí, que quede claro, la obsesión de no reprimirse en momento alguno.
Os preguntareis dónde está la innovación, y yo os podría responder con una aseveración muy breve: Lucía Fraga es así. Y esto, mal que nos pese, es una cosa que es bastante extraña a día de hoy. Los poetas, últimamente con mayor frecuencia, dan vueltas y más vueltas sobre sí mismos con tal de mostrar un repertorio retórico que, muchas veces, siquiera alcanzan a comprender ellos mismos. Otras, caen en los tópicos tan manidos en cuanto a sexo, dolor y psiquis se refiere la cosa. Pero esta señorita se desenvuelve con la necesidad, sí la necesidad y la maestría de quién sabe que lo malsonante es preciso cuando lo es y el lirismo no deja de tener cabida en lo que pueda “tacharse” de ordinario. Prueba de ello ese magnífico verso que enfatiza uno de sus poemas: “me colocaba flores de aire en el pelo”.
En el momento que ha quedado claro que andarse por las ramas y las dobleces, en este libro a cuatro manos, es algo que no casa con él, toman al asalto la primera línea de combate unos aspectos que preocupan y mucho.
La sangre, el fetichismo, la carne magullada, el fracaso y la humillación vistos desde ambos lados, desde el que castiga o desde el que lo sufre. Jugar a ser esquivo con unos sentimientos que no puede, siquiera, la autora esconder entre líneas. Pensar en la penitencia como salvación, y quizá lo más importante de todo: hablar de penes, besos, vaginas, botas con la necesidad y la seguridad con la que lo logra, es algo tan bestialmente feroz y real que nos hace, al menos al que suscribe, sentir por un momento primero piedad, después deseo hacia ella y finalmente, levantarnos de nuestro asiento para aplaudir los ovarios/cojones que muestra al contar algo que a todos, repito, A TODOS, nos ha obsesionado y apasionado alguna vez.
Consigue que el gusano que llevamos dentro se vuelva a arrastrar ante la impotencia de no estar a la altura, de no ser lo bastante inteligentes para que el dolor termine convirtiéndose en un bálsamo que sana, incluso, las llagas de unos seres que se suponen están ahí para ofrecerte todo a cambio de nada. Una familia a la que poco le importa que la madrugada te coma el hígado. Que las pestañas se resquebrajen por un estado etílico consentido.
Y es que no hay cosa peor que nadie oiga tus gritos.
 
 
 
Ángel Muñoz

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