jueves, 4 de noviembre de 2010

EL RECOGEPELOTAS de PEPE PEREZA


Manuel García Armas se dedicaba a la política, pero su verdadera vocación era el fútbol. De no ser por una grave lesión que tuvo en la rodilla cuando era joven, se hubiera consagrado de pleno a su deporte favorito. Fue un hábil delantero que sabía regatear en el área sin perder los nervios ni el control del balón, además era rápido como un rayo y durante tres temporadas seguidas fue el pichíchi de la tercera división. Todos los entrenadores que tuvo le auguraron un futuro brillante, pero lo cierto es que la grave lesión le apartó de los terrenos de juego para siempre. Más tarde, según fueron pasando los años se metió en política. Eso sí, siempre que le era posible acudía al palco del Bernabéu para animar a su equipo. Ese día jugaba el R. Madrid contra el F. C. Barcelona. En ese partido se iba a decidir la liga. Todos estaban ansiosos por saber el resultado final. Por ahora ganaba el Barcelona por cero a tres y tan solo se llevaban jugados treinta minutos de la primera parte. Mal lo tenían los de la capital. Todos los aficionados que llenaban el estadio no perdían ojo de cada jugada, todos excepto Manuel García Armas. Manuel ignoraba lo que ocurría en el terreno de juego. Toda su atención estaba puesta de uno de los recogepelotas. Su curiosidad se debía a que había advertido una extraña cualidad en él. Parecía como sí el chaval supiese de antemano por donde iba a salir la pelota porque cuando eso sucedía ahí estaba él esperándola para devolverla al césped. Luego en lugar de regresar a su zona y sentarse a esperar, el chaval acudía directamente a un lugar específico del campo y allí se quedaba parado. Al poco tiempo la pelota salía por donde él se había situado. Así una y otra vez. Aunque Manuel era un gran entusiasta de los encuentros entre su Madrid y su eterno rival el Barça, no podía quitar la vista del chaval. La cabeza de Manuel no paraba de analizar hipótesis que explicasen la habilidad premonitoria del chaval, pero no encontró respuesta. La única posibilidad era que el chaval tuviese acceso directo a un futuro inmediato. Fuese lo que fuese aquello no era normal. Entonces pasó algo especial que sólo Manuel pudo apreciar: el recogepelotas hizo un gesto contenido de celebración. Manuel no supo a qué se debía hasta que pasaron unos quince segundos y el R. Madrid metió un gol. Manuel ni siquiera lo celebró, estaba tan estupefacto que no pudo. ¿Cómo era posible anticiparse a los hechos? Eso dentro de los límites de la ciencia no tenía ninguna lógica. Así fueron pasando los minutos hasta que el árbitro pitó el final del primer tiempo. En los descansos Manuel tenía por costumbre acercarse al bar a tomarse una copita de “Torres 5”, pero en esta ocasión prefirió quedarse donde estaba, vigilando al recogepelotas. Aprovechando que tenían el campo para ellos solos, los recogepelotas saltaron al césped y se pusieron a intercambiar pases con un balón. El chaval no parecía distinto a sus compañeros, sin embargo, Manuel intuía que sí lo era, que había algo en él que lo hacía especial y único, un sexto sentido que el resto de los seres humanos no tenemos. Sintió ganas de abandonar el palco y bajar al césped para hacerle infinidad de preguntas: ¿cuál era el secreto de su don, cómo lo había adquirido, le venía dado de nacimiento o, por el contrario, era algo que había potenciado una y otra vez hasta dominarlo de una forma natural?... Pero justo en ese momento, árbitros y jugadores salieron de nuevo al campo dando por inaugurado el segundo tiempo. Al igual que en el primero, el chaval seguía anticipándose a todas las salidas del balón. A aquellas alturas del partido Manuel tenía claro que el recogepelotas adivinaba el futuro, por eso cuando le vio apretar los puños y dar un par de pequeños saltitos de satisfacción supo que enseguida llegaría el segundo gol. Y así fue, justo unos segundos después, el R. Madrid marcaba otro gol. Esta vez Manuel sí lo celebró, aunque sin demasiado entusiasmo porque ya lo había hecho de forma contenida unos instantes antes, con el recogepelotas. Se sintió privilegiado, podía anticiparse al futuro por medio del chaval y eso le gustó. Si pudiese utilizarlo en la política estaba seguro de que su carrera despegaría de manera fulgurante. Si el chaval podía adivinar por dónde iba a salir una pelota, ¿por qué no iba a ser capaz de adivinar los resultados de una votación? Ese pensamiento le abría las puertas de sus ansiadas metas, del éxito y de lo que era más importante, del poder. Con ese chaval a su lado la presidencia del país estaba al alcance de su mano. Justo cuando le estaba dando vueltas a esta idea, sucedió algo que le puso los pelos como escarpias. El recogepelotas estaba a lo suyo y de repente se giró y miró directamente al palco donde estaba Manuel. Durante unos segundos que parecieron eternos, ambos se miraron fijamente. Manuel estaba aterrado, no podía moverse. De haber podido, hubiera abandonado el palco de inmediato. Sintió cómo la mirada del chaval penetraba en su mente y cuerpo cómo un escáner de rayos X, apropiándose de sus más íntimos pensamientos. Manuel se considero violado. A partir de ese momento el recogepelotas dejó de anticiparse a los hechos y se comportó como lo haría cualquier recogepelotas. Manuel salió del Bernabéu un cuarto de hora antes de que finalizase el partido. Ya no le importaba si el Madrid ganaba o no la liga, lo único que deseaba era llegar a casa, meterse en la cama, taparse la cabeza con la almohada y sacarse el miedo del cuerpo.

® pepe pereza

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