miércoles, 17 de abril de 2013
De un amigo a otro: Palabras de Beny Vargas
Niñez.
Ahora que mi niñez se me antoja utopía y sé que esos mediodías nunca volverán a ser iguales. Ahora que me vislumbro jugando con los perros en el río del pueblo, mientras los abuelos vigilan sonrientes desde la orilla.
Olas de melancolía me transportan a Veranos de luz y color, de ilusión, henchido de vida y de naturaleza. Correteo por mi memoria igual que lo hacía entre los campos de trigo; me escondo tras estas letras como si fuera esa cabaña que construí en lo alto de un olivo.
Son recuerdos borrosos, pues no eran tiempos de memorizar. Son recuerdos de sensaciones, como quien rememora el sabor de la felicidad más absoluta.
Vagando por las callejas empedradas, franqueadas por altos muros blanqueados con cal, sombras intermitentes de las higueras y el olor del lavadero con el cacareo de las mujeres. Escucho el borboteo del agua que mana de la fuente, allí en la plaza, donde también repiquetean las campanas de una pequeña iglesia. Ruido de dominó y fuerte olor a puro ahora que vuelvo a pasar por delante del bar. Atrás dejo a los hortelanos trabajando la tierra con un sombrero de paja deshilachado y el rítmico silbido de la azada cortando la tierra, sembrando las cosechas del Invierno. Ásperos chirridos de las cigarras invaden el ambiente y lo endulzan con el inconfundible aroma del calor sofocante. Quema en mis hombros desnudos el mismo Sol que obliga a los perros a tumbarse en cualquier sombra y jadear pidiendo clemencia, espantados por una señora ataviada con un delantal manchado de harina y una escoba cuyo sonido al barrer lo acompasa con el jolgorio del resto del pueblo.
Inspiro fuerte y me embriaga el denso calor de Andalucía.
Ya a lo lejos oigo a mi abuela llamarme a gritos para comer, como si las distancias pudiesen salvarse con la nueva de un plato caliente. Que se puede. Con la parsimonia propia del que no tiene prisa porque vive en la pausa del Verano, y la celeridad que caracteriza a un chiquillo hambriento y risueño, ruedo por las tortuosas calles del pueblo para encaminarme a la casa y a su frescura, al calor de la familia y a la fiesta de una comida.
Casi puedo sentir el aroma a pino y a limo de las orillas del río flotando en el aire mientras lo atravieso corriendo a toda velocidad. Casi puedo ver el colorido de las flores que custodiaban el pórtico de la casa. Puedo incluso saludar a ese venerable anciano, sentado en el soportal del cobertizo del huerto, descansando tras una dura jornada en el campo.
Regreso a esta Primavera, de vuelta al tiempo presente, y resbala una lágrima y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Siempre conservaré esta nostalgia impoluta. Ordeno los folios y me alejo lentamente de la sombra del ciprés. Sector H, 327-375, reza en una placa situada en la esquina de un muro.
Ya a lo lejos oigo a mi abuela llamarme a gritos para comer, como si la muerte pudiese salvarse con la nueva de un plato caliente......
Para mi Canijo Ángel A Secas...
Gracias Beny Vargas
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