¿Esperas a los que partieron? A los abismos
partieron. Y los muros los abandonaron,
las pinturas y lápices, la arena y la nieve,
los relojes, las almas, la lluvia y el Juicio,
las hojas del abeto, la victoria sobre la muerte.
Ya no queda quien diga quién es justo,
y cuando sumas todas las partidas,
tu suma sin total explota en tu interior,
se hace añicos en voces, ferozmente enemigas.
Esto queda: el dibujo de un círculo a cuchillo,
el polvo en los estantes, una marca en un plato,
tal derroche de libertad, versos y mentira,
como escasez de auténtico destino.
Además de dos voces: acarician el cálido,
el incómodo cuerpo de esta urbe.
Les fue dada una gota de memoria.
Suya es. Y no pertenece a nadie.
Corre sin rumbo, alada, ciega de nacimiento,
como una golondrina se arroja de su nido.
¿Y qué es tu dignidad, tu clasicismo,
tu escuela de rituales y de divertimentos?
Y así la hora, apartándolo todo de nosotros,
a muerte condenada, se mece como un chal
cayendo en escaleras, en cuartos y pasillos,
y en el hueco que yace, con desgana,
y en el hueco que yace, con desgana,
entre el tiempo pasado y el tiempo por venir.
Tomas Venclova
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