miércoles, 6 de julio de 2011
Dos poemas de Matar a Platón
5.
No sé si era su hija. El hombre
aplastado agarraba la mano de una niña,
o puede que la niña fuese
la que tenía cogida la mano de aquel hombre,
ahora ya tan rígida, tan apretada y fría.
Vendrán para cortarle los dedos uno a uno.
Amputarle la mano tal vez sería más sencillo,
pero ¡ imagínense una niña huyendo
con una mano ensangrentada
prendida de la suya!
Vendrán con instrumentos
de cirujano a liberarla y ella
atenderá, absorta,
al charquito de orina y sangre
que se extiende hasta sus pies.
Piensa que es una pena
no llevar puestas las botas de agua
y que no siempre es cierto que los charcos
se forman con la lluvia.
el sonido que hace una idea cuando vibra y se convierte en proyectil.
8.
Una mujer temblorosa aprieta
el brazo de su acompañante.
Él vuelve hacia ella un rostro
tan largo como un número de serie
y dice: " El sesenta por cierto de los muertos
por accidente en carretera
son peatones".
La mujer deja de temblar: todo está controlado.
A punto estuvo de creer que algo
anormal ocurría,
algo a lo cual debía responder
con un grito, un espasmo,
un ligero anticipo de la carne
ante la gran salida, pero no:
aquello es conocido y ya no la involucra;
le pertenece a otros. Y él añade: "Han llamado
a una ambulancia", y ella se relaja,
su angustia la abandona:
el orden nos exime de ser libres,
de despertar en otro, de despertar por otro.
A punto estuvo de gritar, desde esa carne ajena,
pero el orden contuvo a tiempo ese delirio.
Me contestó que el libro describe un acontecimiento,
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