viernes, 20 de agosto de 2010

UN POEMA DE KIRMEN URIBE





HAY UN MIEDO


Hay un miedo que sin aviso nos invade por completo.
Como los albatros de febrero en los acantilados,

se posa sobre el ánimo,
y todo lo vuelve inhóspito, todo débil, todo reacio.

Nos obliga a llamar a casa a toda prisa,
para oír una voz conocida que nos tranquilice.

Por desgracia, ese miedo resulta
a veces malvado y preciso,

y como el viento verde antes de la tormenta
presagia lo peor.

Fuimos al hospital nada más conocer la noticia.
Mi tío me rodeó con su brazo y me hizo a un lado.

Me susurraba al oído y yo no veía otra cosa que su mano.
Una mano grande, capaz de atrapar los mochuelos que se posaban en su barco.

"Algunas cosas hay que aceptarlas.
Esto no mejora. Tienes que ser valiente"

Nunca me había sentido tan solo.




Extraído de su poemario MIENTRAS TANTO CÓGEME LA MANO editado por VISOR.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"No he aprendido a sufrir, toda severidad es inhumana"
Juan Carlos Mestre

Luz de un quinquet
9 pintas, 29 latidos, Gillespie,
madrugada, ganas de hablar.
La generación del 77 íbamos a cambiar el mundo en el fututo
pero los electrodomésticos siguen funcionando en el 2007,
como siempre…
Me pregunto:
Por qué un intermitente puede llevarme a la lágrima, de vasta emoción, por qué siento que me responde, cuando se ilumina su automática luz naranja, y que no estoy solo, que somos dos, objetos comunicándose, que la máquina pretende mi atención, sabiendo antes de que se ilumine sin embargo apenas un segundo antes que así será…
No lo entiendo:
Por qué ladra el borracho a los coches que pasan a su lado.
Es de noche.
Hace frío.
Mientras, la gente ahí afuera insiste, empujando sus pesadas rocas, hacia la pirámide.
En las paredes de mi casa se pudre la luz de ayer por la mañana.
Y yo sigo de pie junto a la ventana, sin tomar ninguna decisión.
Podría quedarme a vivir dentro de esta canción.
A night in Tunisia.
Pienso que:
La oportunidad debe ir acompañada de destreza…
Todos los muebles de casa me observan con rostro de preocupación.
No quiero pensar,
para no atraer su atención, con el ruido de mi cabeza.
Un automóvil ha atropellado al borracho, se apagó el ruido y la furia.
Está muerto, pero no siento lástima.
Tampoco sé qué significa eso realmente, si es salvaje, inhumano o inmoral,
pero es cierto.
Y mientras, la gente ahí afuera no deja de insistir, empujando sus rocas.
Me pregunto:
Debe haber algún motivo por el que todo haya adquirido esta forma,
esta forma de costumbre, en que amanece como una herida sin importancia.
Ya no recuerdo qué clase de paciencia me trajo a este lugar...