viernes, 8 de octubre de 2010

Un relato de un buen amigo- PEPE PEREZA

EL COMBATE
Ella era el único motivo de su existencia. Sólo por ella se levantaba por las mañanas. Él estaba allí por ella. Eso lo tenía claro. A nadie le gusta que le machaquen el cuerpo a puñetazos por nada. Necesitaba ganar la pelea, necesitaba el bote del ganador para enviárselo a su ex-mujer y así poder atender las necesidades de la hija de ambos. Aquella niña se merecía lo mejor y él estaba dispuesto a aguantar los golpes que hiciera falta para proporcionárselo. Esa niña era lo único bueno que le había sucedido y aunque no la veía mucho, se conformaba con saber que estaba por allí, en el otro extremo del país. Se conformaba con saber que ella formaba parte de él, eso era suficiente.
Un directo de izquierda llegó hasta su costado, cortándole la respiración. Retrocedió intentando alejarse del aluvión de golpes. En un último instante esquivó un gancho que volaba directo a su barbilla, aún así le rozó la oreja derecha provocándole un dolor eléctrico en el tímpano. El cartílago retorcido comenzó inmediatamente a hincharse y a emitir calor. Estaba sin aire en sus pulmones y los golpes le venían por todas partes. Intentó cubrirse la cabeza con los brazos, dejando al descubierto sus riñones, ocasión que su rival no desperdició. El dolor era insoportable y estaba a punto de asfixiarse. Recogió el estómago, quedando casi en posición fetal. Intentó cubrirse los riñones con los codos sin dejar al descubierto la cabeza. Un tremendo mazazo aterrizó en su sien. El mundo estalló en cien mil puntos de colores. En su trayecto hacía el suelo hizo un último esfuerzo y logró aferrarse a las cuerdas. “Aguanta, ella te necesita. Esta pelea pagará sus estudios... ¿Vas a dejar a tu hija sin universidad? Lucha. Es por ella. No la defraudes”. Ante sus ojos todo seguía borroso, pero logró distinguir cómo se le aproximaba una gran sombra que lo cubría todo. Sacó la derecha con la poca fuerza que le quedaba y sintió con agrado que su puño topaba con algo. La gran sombra se detuvo por un momento y luego se tambaleó. “Le has dado. Aprovecha y ataca. Un golpe más y estará acabado”. Lo intentó, pero no pudo, no tenía suficiente fuelle. Sonó la campana. Dentro del ring uno se olvida del dolor más fácilmente que sentado en el rincón. Sobre el cuadrilátero estás en alerta, preocupado de no recibir golpes, con la adrenalina al máximo, en cambio, en el rincón todos los puñetazos recibidos hacen acto de presencia. Alguien escurrió una esponja sobre su cabeza. Su entrenador le indicó cómo sobrevivir al siguiente asalto, pero en vano. Desde donde él estaba no podía escucharle. Su mente paseaba por un mundo más claro, más luminoso, con su hija cogida de la mano. Allí no había dolor, todo era apacible y tranquilo. Su hija le amaba, y él era el hombre más feliz del planeta...
Sonó la campana y se preparó para recibir más golpes. La realidad siempre es cruel. Ahí estaban otra vez el dolor, la falta de aire en los pulmones, la adrenalina, el cansancio, la sangre, el sudor frío, el miedo a la derrota y el omnipresente recuerdo de su hija como único escudo contra todas las embestidas.

®pepe pereza

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