domingo, 16 de septiembre de 2012

LOS BOCADILLOS de Pepe Pereza








Vamos conduciendo. Debido a la hierba que estamos fumando nos entra un hambre cruel, así que paramos en el primer pueblo que encontramos. A la primera persona que vemos le preguntamos por un sitio para comer. El aldeano nos dice que sigamos calle arriba y daremos con, según pronuncia, el bar “Keroa”. Andamos hasta llegar a un local con amplia cristalera llamado realmente “Kerouac”. Entramos y echamos un vistazo a los expositores de la barra, sólo hay bolsas de patatas fritas, cortezas y algún que otro dulce. Nosotros queremos algo más consistente y que además esté caliente. Pregunto a la camarera, una señora de unos sesenta años, bajita y desenvuelta. Nos dice que sí, que la cocinera nos puede preparar unos bocadillos. Los elegimos de lomo a la brasa con pimientos del Piquillo. La camarera entra en la cocina para comunicar el pedido a la cocinera. Aprovechas para ir al servicio, yo opto por amenizar la espera con el humo de un cigarro. El bar es amplio y pasado de moda, bien iluminado gracias a la gran cristalera que deja entrar la luz diurna. Los parroquianos habituales son unos pocos jubilados que repartidos por las mesas del fondo juegan a las cartas o al dominó. Es el típico bar de pueblo. De pronto, un anciano que está sentado al fondo vomita sobre su mesa. Lo hace con toda la naturalidad del mundo, como si fuera una costumbre arraigada y respetada por todos. El resto de los presentes se apartan con muecas de asco. El anciano se levanta y sin hacer caso de los comentarios y las recriminaciones abandona el local. Las protestas llaman la atención de la camarera que en estos momentos sale de la cocina. Al ver la vomitona se lleva las manos a la cabeza y se santigua. Sales de los servicios y te detienes para observar cómo la camarera echa el grito al cielo y entra en la cocina sin parar con sus aspavientos. Cuando descubres el motivo y ves los vómitos se te escapa una arcada. Vienes a mí sin creerte lo que has visto.
- Está todo lleno de sangre.
- ¿Sangre?
- Sí, sangre.
- ¿Estás segura?
- Claro que estoy segura, la acabo de ver con mis propios ojos ¿Qué ha pasado?
- Un abuelo ha vomitado. Por eso dudo de que sea sangre. Seguro que es vino.
- Te digo que es sangre. Si no me crees acércate tú mismo a míralo…
♫♫♫♫ Suena tu móvil. Lo coges del bolso y… ♫♫♫♫…contestas. Dentro del bar no hay cobertura así que tienes que salir a la calle para poder atender la llamada.
La camarera sale de la cocina sosteniendo el mocho de una fregona. Recoge los vómitos del suelo y vuelve a la cocina con la fregona escurriendo. Me fijo en los goterones que deja en su recorrido. Efectivamente es sangre, tú tenías razón. Ese anciano debe sufrir algún tipo de enfermedad que le obliga a vomitar sangre. Me pregunto por qué la camarera no utiliza un cubo con agua y jabón para fregarlo todo como es debido. Con su acción lo único que está consiguiendo es esparcir la sangre por todo el local. De hecho, cuando sale de la cocina me sorprende de que no lleve un cubo lleno agua para acabar el trabajo de limpieza. En su lugar utiliza unas servilletas de papel y con ellas limpia la mesa que ha vomitado el anciano. Como es natural las servilletas se empapan enseguida y es inevitable que se pringue los dedos. Asisto incrédulo a la falta de higiene de la señora. Regresa a la barra sujetando las servilletas con el pulgar y el índice para arrojarlas al cubo de la basura que oculta detrás del mostrador. Después ni siquiera tiene el detalle de lavarse las manos, tan sólo se las frota en el delantal y con eso se da por satisfecha. Entras de nuevo al local.
- ¿A que no sabes quién era?
Yo no quito ojo a la camarera. Quiero ver si se lava las manos. Por mucha hambre que tenga no voy a comerme algo que ella haya tocado con las manos sucias.
- ¿A que no sabes quién llamaba?
- Ni idea.
- Mi hermana, desde Londres. Te manda recuerdos.
- Se los devuelves con un beso cuando vuelvas a hablar con ella.
No dejo de vigilar a la camarera. Tú te apoyas en la barra y te muestras impaciente, tienes tanta hambre que no puedes esperar a que nos sirvan la comida.
- ¡Qué hambre tengo! Me comería una ternera entera si me la pusieran en un plato.
Me siento tentado de comentarle lo sucedido, aunque prefiero no aguarte el apetito. La camarera entra en la cocina. Al perderla de vista ya no puedo controlar si se lava o no las manos. Me digo que sí, que se las va a lavar en el fregadero de la cocina. Trato de convencerme de que es así. Al rato sale con los bocadillos y los deja sobre la barra. Tienen una pinta estupenda. Echo una mirada a sus manos. Me gustaría vérselas mojadas, pero no es así. Se las ha secado con una toalla antes de salir, me digo. Te lanzas a por uno de los bocadillos y de inmediato le asestas un mordisco.
- ¡Hummm!, está buenísimo.
Intento dejar a un lado los escrúpulos y cojo el mío. Lo examino buscando restos de sangre. No veo nada fuera de lo normal. Le doy un mordisco, está exquisito. El pan es blando, la carne está en su punto, los pimientos también. La cocinera es toda una profesional. Lástima que la imagen de la camarera sujetando las servilletas empapadas en sangre no se me vaya de la cabeza. Al tragar siento un nudo en el estómago y tengo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una arcada. Tú devoras tu bocata con una sonrisa en la cara. Hago un último intento por comerme el mío, lo abro y le quito los pimientos, su color me recuerda a la sangre escurriendo del mocho.
- Si no los quieres dámelos a mí.
Te los doy.
- Están riquísimos, tonto.
Intento un segundo mordisco, pero estoy a punto de vomitar. Dejo el bocadillo sobre la barra.
- ¿Qué pasa?
- No me apetece comer.
- ¿Te encuentras bien?
- He perdido el apetito. Supongo que es por los porros.
Das por buena mi respuesta y sigues comiendo. Me fijo en los goterones de sangre que han quedado en el suelo y vuelvo a sentir nauseas. Me concentro en la luz que entra por ventanal mientras devoras tu bocadillo. Cuando lo terminas sigues con el mío.
pepe pereza

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