Vamos conduciendo. Debido a la hierba que estamos fumando nos entra un
hambre cruel, así que paramos en el primer pueblo que encontramos. A la
primera persona que vemos le preguntamos por un sitio para comer. El
aldeano nos dice que sigamos calle arriba y daremos con, según
pronuncia, el bar “Keroa”. Andamos hasta llegar a un local con amplia
cristalera llamado realmente “Kerouac”. Entramos y echamos un vistazo a
los expositores de la barra, sólo hay bolsas de patatas fritas, cortezas
y algún que otro dulce. Nosotros queremos algo más consistente y que
además esté caliente. Pregunto a la camarera, una señora de unos sesenta
años, bajita y desenvuelta. Nos dice que sí, que la cocinera nos puede
preparar unos bocadillos. Los elegimos de lomo a la brasa con pimientos
del Piquillo. La camarera entra en la cocina para comunicar el pedido a
la cocinera. Aprovechas para ir al servicio, yo opto por amenizar la
espera con el humo de un cigarro. El bar es amplio y pasado de moda,
bien iluminado gracias a la gran cristalera que deja entrar la luz
diurna. Los parroquianos habituales son unos pocos jubilados que
repartidos por las mesas del fondo juegan a las cartas o al dominó. Es
el típico bar de pueblo. De pronto, un anciano que está sentado al fondo
vomita sobre su mesa. Lo hace con toda la naturalidad del mundo, como
si fuera una costumbre arraigada y respetada por todos. El resto de los
presentes se apartan con muecas de asco. El anciano se levanta y sin
hacer caso de los comentarios y las recriminaciones abandona el local.
Las protestas llaman la atención de la camarera que en estos momentos
sale de la cocina. Al ver la vomitona se lleva las manos a la cabeza y
se santigua. Sales de los servicios y te detienes para observar cómo la
camarera echa el grito al cielo y entra en la cocina sin parar con sus
aspavientos. Cuando descubres el motivo y ves los vómitos se te escapa
una arcada. Vienes a mí sin creerte lo que has visto.
- Está todo lleno de sangre.
- ¿Sangre?
- Sí, sangre.
- ¿Estás segura?
- Claro que estoy segura, la acabo de ver con mis propios ojos ¿Qué ha pasado?
- Un abuelo ha vomitado. Por eso dudo de que sea sangre. Seguro que es vino.
- Te digo que es sangre. Si no me crees acércate tú mismo a míralo…
♫♫♫♫ Suena tu móvil. Lo coges del bolso y… ♫♫♫♫…contestas. Dentro del
bar no hay cobertura así que tienes que salir a la calle para poder
atender la llamada.
La camarera sale de la cocina sosteniendo el mocho de una fregona.
Recoge los vómitos del suelo y vuelve a la cocina con la fregona
escurriendo. Me fijo en los goterones que deja en su recorrido.
Efectivamente es sangre, tú tenías razón. Ese anciano debe sufrir algún
tipo de enfermedad que le obliga a vomitar sangre. Me pregunto por qué
la camarera no utiliza un cubo con agua y jabón para fregarlo todo como
es debido. Con su acción lo único que está consiguiendo es esparcir la
sangre por todo el local. De hecho, cuando sale de la cocina me
sorprende de que no lleve un cubo lleno agua para acabar el trabajo de
limpieza. En su lugar utiliza unas servilletas de papel y con ellas
limpia la mesa que ha vomitado el anciano. Como es natural las
servilletas se empapan enseguida y es inevitable que se pringue los
dedos. Asisto incrédulo a la falta de higiene de la señora. Regresa a la
barra sujetando las servilletas con el pulgar y el índice para
arrojarlas al cubo de la basura que oculta detrás del mostrador. Después
ni siquiera tiene el detalle de lavarse las manos, tan sólo se las
frota en el delantal y con eso se da por satisfecha. Entras de nuevo al
local.
- ¿A que no sabes quién era?
Yo no quito ojo a la camarera. Quiero ver si se lava las manos. Por
mucha hambre que tenga no voy a comerme algo que ella haya tocado con
las manos sucias.
- ¿A que no sabes quién llamaba?
- Ni idea.
- Mi hermana, desde Londres. Te manda recuerdos.
- Se los devuelves con un beso cuando vuelvas a hablar con ella.
No dejo de vigilar a la camarera. Tú te apoyas en la barra y te muestras
impaciente, tienes tanta hambre que no puedes esperar a que nos sirvan
la comida.
- ¡Qué hambre tengo! Me comería una ternera entera si me la pusieran en un plato.
Me siento tentado de comentarle lo sucedido, aunque prefiero no aguarte
el apetito. La camarera entra en la cocina. Al perderla de vista ya no
puedo controlar si se lava o no las manos. Me digo que sí, que se las va
a lavar en el fregadero de la cocina. Trato de convencerme de que es
así. Al rato sale con los bocadillos y los deja sobre la barra. Tienen
una pinta estupenda. Echo una mirada a sus manos. Me gustaría vérselas
mojadas, pero no es así. Se las ha secado con una toalla antes de salir,
me digo. Te lanzas a por uno de los bocadillos y de inmediato le
asestas un mordisco.
- ¡Hummm!, está buenísimo.
Intento dejar a un lado los escrúpulos y cojo el mío. Lo examino
buscando restos de sangre. No veo nada fuera de lo normal. Le doy un
mordisco, está exquisito. El pan es blando, la carne está en su punto,
los pimientos también. La cocinera es toda una profesional. Lástima que
la imagen de la camarera sujetando las servilletas empapadas en sangre
no se me vaya de la cabeza. Al tragar siento un nudo en el estómago y
tengo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una arcada. Tú devoras tu
bocata con una sonrisa en la cara. Hago un último intento por comerme
el mío, lo abro y le quito los pimientos, su color me recuerda a la
sangre escurriendo del mocho.
- Si no los quieres dámelos a mí.
Te los doy.
- Están riquísimos, tonto.
Intento un segundo mordisco, pero estoy a punto de vomitar. Dejo el bocadillo sobre la barra.
- ¿Qué pasa?
- No me apetece comer.
- ¿Te encuentras bien?
- He perdido el apetito. Supongo que es por los porros.
Das por buena mi respuesta y sigues comiendo. Me fijo en los goterones
de sangre que han quedado en el suelo y vuelvo a sentir nauseas. Me
concentro en la luz que entra por ventanal mientras devoras tu
bocadillo. Cuando lo terminas sigues con el mío.
pepe pereza
No hay comentarios:
Publicar un comentario