viernes, 5 de marzo de 2010

UNA OPINIÓN SINCERA OS PIDO




Historia debida


No le gustaba la perspectiva. Desde la esquina, acurrucado, se apreciaba de una manera desafortunada el viejo campanario de la ermita. De todos modos se había acostumbrado a ello. A observar aquel mástil tieso, coronado por su techumbre a cuatro aguas y tejado de pizarra. Siempre cobijado en el breve soportal que trazaban los tres arcos de medio punto de la oficina del INEM, antaño casa de más pasta con su escudo y todo y, ahora, simple refugio de los rechazados por el asfalto.

Cuando los más madrugadores empezaban a desparramarse por las calles, él ya había tenido tiempo de recoger sus cuatro trastos al compás de los gorjeos bulliciosos de una panda insolidaria de gorriones.

El relente le hizo dar un par de breves encogidas. Las horas abrazado al suelo y los cartones pasan factura.

Mal tío no es Marchante, o pico como le conocen en el barrio. La puta mala suerte, decía con su lengua afilada, se cebó con él en mal momento.

Lo de pico no viene por las banderillas de mierda que hacía tiempo agujerearon sus escuálidos brazos. Había sido Guardia Civil en La Línea de la Concepción, un pico o picoleto.

Llevaba años, ya no sabía cuántos, decorando la canija plaza que le servía de cama. En el barrio era respetado. Más por aquello de que sabe más el zorro por viejo que por pellejo, pero nada de infundir acojone al respetable. Canas y grasa en el pelo le sobraban a espuertas, como consejos para los que, ignorantes, caían en la mierda de la droga.

La heroína no viajaba con él desde bastante, si acaso la boina gris y el saco echado a los lomos con todas las monteras quitadas. Cansado de repasar una y mil veces las causas, se descubrió aquella mañana tomando de nuevo el camino del recuerdo.

Su sargento le facilitaba contrabando. Las pateras cargadas desde la cercana costa magrebí suministraban dos veces al día centenares de cartones de Fortuna y Lucky. También solían caer dos o tres tabletas de buen hachís. Eso de bajarse al moro era para otros.

El alba y el anochecer acomodaban la tenue luz que ofrecían a los contornos de las barcazas para hacerlas pasar inadvertidas.

Destinado a la vigilancia costera, se colocaba las gafas de madera por un par de cajetillas y alguna que otra palmadita en la espalda. Barato mercenario era en lo que se había convertido. Eso o aceptar el vacío al que compañeros y mandos le podían someter. Ignorándole y arrancando pedazos de su autoestima hasta hacerla desaparecer.

La cosa no duró mucho. Nunca quiso saber dónde se había roto la cadena, qué eslabón facilitó la fractura. Que le iban a cazar como a las moscas en un tarro de miel, sabía que era cuestión de tiempo. Creía estar preparado. Aquel sargento sesentón, próximo a la jubilación mísera que a uno le queda tras tantos putos años, quiso engordar la pensión con el contrabando. Tiró de la manta y cantó como sólo saben hacer los cobardes, dejando que la mierda salpicase a todos.

Uno de los primeros detenidos, juzgados y encarcelados en prisión militar para cinco largos años fue Evaristo Marchante.

Imaginaba la prisión de un modo más severo. No en vano la abundante filmografía al respecto le había formado una idea inadecuada en la cabeza. El tedio era horroroso, las horas muertas en cualquier esquina se desaprovechaban clamorosamente. Tiempo era lo que le sobraba, tiempo en el que aletargado, permanecía en la litera de su celda para, de vez en cuando, inventarse de nuevo y acudir a la visita semanal de su mujer.

Clara se fue apagando como una estrella al amanecer, hasta que desapareció. No la echó en falta de un modo especial. Se acomodó a los acontecimientos como el agua lo hace al recipiente que lo contiene. Se amoldó a su celda, a su existencia, llegando a creer que en cualquier momento, fluiría y podría resbalarse por los barrotes que le separaban del otro lado para gotear en busca de su libertad.

A día de hoy valoraba ese fluir. Sin nada, era dueño de sí mismo. Carecía de miedos y preocupaciones, su interior se había amoldado de tal forma que reparaba en cosas insignificantes para los demás: los cuervos con sus gusanillos en el pico, el ruido del agua al ser lanzada al aire por el surtidor o el sol tostándole la jeta en un banco del parque.

Con la vida y la casa en dos mochilas iba en busca de la metadona. Se cruzó con Seve, un pobre diablo hecho trozos, guerrero en mil batallas y vencido en otras mil por la lacra blanca. Cruzaron un escueto saludo. Recordó a aquel gitano, el Ino, Inocencio se llamaba.

El Ino, parlanchín inagotable, charlatán de feria, cabrón apoderado de débiles hundidos en pozos de cieno, le mostró el modo en el que la heroína, quemándose en una cucharilla, se hacía líquida para recogerla en una jeringa y depositarla en sus venas. Al principio todo era calorcito, buen rollo, calma e inmunidad ante cualquier mal psíquico o físico. Después, muy despacio, empezó a sentir la necesidad de matar sus bosques ya tan contaminados. La consciencia le abandonó aquella primera vez, así hasta caducar su condena, viéndose en la calle tirado y sin nadie aguardándole.

No le importó no ser esperado, la llave que le daba cuerda se hallaba en otro sitio. Desde ahí, al precipicio: heroína, cocaína, poblados de chabolas, moraos, palizas, noches insomne y alcoholizado y sacos de lágrimas apilados en el rincón de su confianza.

Sonrisa desdentada. Le esperaba Paty. Su actual pareja. También un cúmulo de desafortunadas desdichas la habían llevado al mismo punto que a él. Saludaron a las asistentas sociales. De la mano, y con el estómago en jirones por la sarnosa metadona, disfrutaban de cada segundo hasta que la hepatitis les terminase por roer las entrañas.

La batalla estaba perdida.

El mismo banco del parque les abrazó.




Estoy iniciándome en una nueva andadura, la de relatista corto o contador de breves historias, no sé como definirlo. Este que os he dejado lo hice hace tiempo. Me gustaría saber vuestra opinión y también deciros que a partir de la semana que viene vuelvo a tener más tiempo para pasar por vuestros blogs y leeros con la atención que mereceis. Lo siento, pero esta semana con mi abuela en el hospital y el padre de mi chica fastidiado ando de cabeza. Un fuerte abrazo y buen finde a todos.


Voltios dixit.


Relato y foto inédita de Voltios.

9 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Me ha encantado este relato, has dado una visión muy humana de las miserias que persiguen a esta gente que, en realidad, no son sino los desperdicios que van dejando los que de verdad controlan el contrabando y la venta de todo tipo de vicios. Nos has demostrado que "Los Marchantes" no son malos tipos, son víctimas de una sociedad inmisericorde con los que están al margen de los poederes.
Te animo a seguir escribiendo este tipo de relatos realistas, creo que estás dotado para ello.
Tendré paciencia, ya aparecerás algún día por mi blog.
Ánimo y adelante.

emilio dijo...

Sinceramente... muy bueno, no se si tus personajes son reales, pero si no lo son, les das vida, como tantos otros que por alguna plaza andarán durmiendo, pidiendo y de la metadona viviendo.
Triste historia de realidades, pues sí... vales para todo amigo.
No se si te gustará Sabina, pero ya pillara tu historia.

Un abrazo.

Kebran dijo...

enhorabuena Voltios
Pero lo de poner nombres de cosas a mi personalmente me chirria.
Ya te contaré
Kebran

Luisa dijo...

Voltios, me alegro que retomes los relatos. Tienes mucho que contarnos y esta historia es un claro ejemplo de lo que habita en tu interior. Recuerdo que el día que te conocí hablamos sobre ello. Me dijiste que los finales te costaban. Pues ya ves que no. Solo hay que detenerse y dejar hablar al corazón.
Las descripciones del edificio del paro me han parecido muy buenas.
Me ha encantado. Tus personajes respiran.

Un besazo.

Ángel Muñoz dijo...

muchas gracias a los cuatro por vuestras palabras, vuestros consejos y vuestras loas, de verdad, comentarios así hacen que me apetezca seguir escribiendo relatos cortos, gracias por el ánimo. un abrazo chic@s

virgi dijo...

Venir aquí es una bocanada de aire fresco, real, auténtico. Aprendo contigo, Ángel. Esta historia es triste, mucho. La has relatado genial.
Bueno, normal en ti. Muchos besos

Ángel Muñoz dijo...

gracias virgi, me sonrojas joder. un abrazo guapa.

Anónimo dijo...

Cansado de repasar una y mil veces las causas, se descubrió aquella mañana tomando de nuevo el camino del recuerdo.

Sin duda para mi, esta frase le da un vuelco a la historia, y me encanta.

Escribes muy bien, la historia me parece buena, cargada de realidad, pero me gusta el toque de adjetivos almibarados que le das de vez en cuando.

Me ha gustado mucho pequeño, un abrazo enorme, y que todo mejore.

Ángel Muñoz dijo...

con estas palabras el ánimo se infla para seguir escribiendo paz, mil gracias.