Foto inédita de Voltios.
DEL ANONIMATO (extraído del blog de Casimiro parker)
En las últimas semanas, y con más  frecuencia de lo acostumbrado, observo cómo a muchos amigos escritores  los insultan y lapidan en foros y en blogs; siempre, claro, bajo la  máscara del anonimato. Los valientes andan solos (como en esa película  con Kirk Douglas) y a cara descubierta, pero los cobardes caminan en  manada y ocultándose para que no los vean. La chusma enfurecida que  perseguía a la criatura de Víctor Frankenstein ha cambiado sus horcas y  sus antorchas por los teclados y la conexión a la red, pero sigue siendo  la misma. Yo tuve una época en la que los detractores anónimos se  colaban en mi blog (entonces abierto a los comentarios ajenos) y en los  foros del periódico para llamarme de todo. Me parece que no hay insulto  que no me hayan dedicado. Pero estos anónimos, que en realidad sólo son  ladridos de gente que a la cara y en una taberna no se atrevería con  uno, al final se quedan en nada. Meros rebuznos que nos perturban un  rato y luego olvidamos. Yo vengo de una época en la que me familiaricé  con los anónimos. Hablo de la niñez y de la adolescencia. No eran  anónimos de internet: estos llamaban por teléfono. Cuando mi abuelo  decidió estrenar un par de películas polémicas y, a priori,  anti-católicas y escandalosas (eran lo segundo, no lo primero), fue  costumbre que llamaran por teléfono al domicilio de mis abuelos, en el  que yo vivía. Amenazaban con quemar el cine, con poner una bomba, con  hacernos la vida imposible. Una voz amenazadora da más miedo que un par  de comentarios de un avatar en un foro. Fueron dos temporadas en las que  yo viví presa del espanto, creyendo esas amenazas que luego nunca se  cumplían. Años después, una noche, tres feriantes entraron en uno de los  dos bares que tuvo mi padre. Hombres de paso, con ganas de jaleo. Y le  dieron una paliza. En el local, que a esas horas carecía de clientela.  Mi padre se ha merecido varias palizas, pero sospecho que esa no se la  merecía. Ensangrentado, corrió a denunciarlos. Los feriantes se  agenciaron nuestro número de teléfono y llamaban de noche o de madrugada  profiriendo amenazas. Uno se ha acostumbrado a recibir anónimos. Pero  resulta difícil asumir la cobardía de quienes están detrás. 
José Angel Barrueco
 
4 comentarios:
La historia cargada de realidad, me encanta la narracion, gracias angelillo, por traernos estos textos, a los que yo, por falta de tiempo, si no es por ti, no descubro.
Un abrazo
Cobardes, como tú bien los calificas, de este pelaje los hay por todas partes, por estos ciberespacios aún más. Ni caso, tenemos que aprender a vivir con esta gente. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio.
Un abrazo.
Yo he sufrido mucho los comentarios anónimos, pero por suerte ya hace un tiempo que me tienen tranquila (crucemos los dedos). Yo seré una persona polémica, lo sé y lo asumo, pero al menos nadie podrá decir nunca que no digo las cosas con mi nombre y apellidos y no bajo la cobardía de un anónimo.
BesosS y ánimos a todas personas que sufren los anónimos,
Es lo que tiene el anonimato, de cobardes y gente nada sana... lo que se dice, o se hace a la cara o se lo traga uno.
Buena defensa.
Un abrazo.
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