miércoles, 24 de abril de 2013

LA CAZA, otra obra maestra de Thomas Vinterberg


OS DEJO LA CRÍTICA DE VERÓNICA SÁNCHEZ MARÍN PORQUE CREO QUE YO NO PODRÍA HABERLO HECHO MEJOR:



En La Caza (Jagten, Dinamarca, 2012), Thomas Vinterberg deja de nuevo su huella desencantada y pesimista. Su cruel concepción del ser humano, impresa hasta en las más aparentemente bondadosas comedias, un cine que es como el agua calmada: no sabes su profundidad hasta que te metes dentro.
Ésta es la película más poderosa del director danés desde La Celebración (Festen, 1994), aquel malevolente drama cómico en el que la horrible verdad de los abusos sexuales de la infancia salen a relucir y envenenan el aire de una impecable y feliz reunión familiar. Aquí la acusación de pedofilia de nuevo juega un papel explosivo, aunque esta vez la imputación se basa en una mentira impulsiva, lo que vuelve más amarga la trama, sobre todo cuando la falsedad se sale de control para tomar tintes más violentos. Desgarradora, pero fascinante.
El argumento de la cinta contradice aquel dicho popular que asegura que la verdad está en boca de los niños, los borrachos y los locos. Vinterberg explora el complejo entramado conceptual y dramático que gira en torno a esa capacidad destructiva de la inocencia ya referida antes. Y es que la acusación de un niño puede invalidar la capacidad de reacción y defensa ante los demás y que se materializa en esa visión personalísima del universo infantil que no admite nada más que la verdad.
Lucas (Mads Mikkelsen), es un  ex profesor aparentemente cálido y honrado que intenta reconstruir su vida después de un divorcio a través de un nuevo trabajo en la guardería local. Vive en una pequeña comunidad rodeado de sus amigos de toda la vida con los que pasa su tiempo entre noches de bohemia y la cacería de ciervos, además de su mascota, y su único hijo adolescente con el que pretende tener una relación cercana a pesar de la ruptura de su matrimonio.
Lucas infunde en sus primeras escenas tal calidez y compasión –sobre todo alrededor de los niñitos, que lo adoran– que es imposible imaginar que a ese ser humano podría señalársele alguna falta. Lucas y su mejor amigo Theo son tan cercanos, casi como hermanos. En el transcurrir de esa amistad, el profesor desarrolla una entrañable relación con la hija menor de su camarada, Klara (Annika Wedderkopp), una encantadora niña de cinco años cuya conducta oscila entre la inocencia propia de su edad y una madurez aterradora.  La pequeña siente tanta admiración por Lucas que su afecto sobrepasa los límites normales. El profesor explica a Klara porque no está bien su comportamiento y en adelante delinea una suave barrera entre los dos, pero la niña lo malinterpreta como un rechazo.
La dolida niña desata su imaginación y vincula una imagen pornográfica vista en el iPad de su hermano con Lucas. El enojo de Klara es detectado por la directora del kínder, quien la interroga y la niña asegura que Lucas se exhibió ante ella. A partir de aquí la alarma se enciende como preámbulo a la pesadilla que el profesor está por vivir: la histeria colectiva de los habitantes de la comunidad contra él. Y es que lo que comienza como una sospecha atroz evoluciona hacia la marginación del supuesto pedófilo en su grupo, la defensa desesperada de su dignidad por parte de alguien que la ley ha absuelto y un lento y sutil linchamiento al más puro estilo de El chivo expiatorio de René Girard.
El director mete al espectador en la piel del protagonista, lo introduce a los pavorosos territorios psíquicos que provocan zozobra y miedo, duda y frustración enfebrecida con la cruel impotencia. Describe admirablemente el acoso que sufre un hombre que ha sido acusado del más repugnante de los delitos, la deserción de la racionalidad cuando todos necesitan regodearse en un culpable, la certidumbre de que siempre habrá alguien que mantendrá su condena moral sobre el que ha sido víctima de una calumnia.
La película despierta indignación, pero de igual manera, la perturbadora sensación de que cualquiera puede formar parte de una horda linchadora contra el adecuado chivo expiatorio y en nombre de las engañosas apariencias. Vinterberg, ayudado por el tormento y la autenticidad que transmite el actor Mads Mikkelsen –más conocido por el público internacional como el némesis de 007 en Casino Royale–, te contagia la pesadumbre ante la injusticia que siente el protagonista, su amargo desarraigo de todas las personas en las que había creído. Y es que la historia deja claro a final de cuentas que el daño hecho en realidad nunca se puede deshacer.
Las elegantes composiciones del cinefotógrafo Charlotte Bruus Christensen sólo parecen equiparables a la delicada música de Nikolaj Egelund, que consiguen un edición intensa aunque con espasmos retóricos tercos que dan a la atmósfera un cierto aire de desapego como si el bosque, los ciervos y la nieve fuesen testigos impasibles de los acontecimientos que están por desatarse.
La habilidad con que Thomas Vinterberg modula el crescendo de la paranoia, el juicio y la injusticia, hasta que La Caza se vuelve una pieza impactante a través de la atmósfera que detona la tragedia. El realizador la cuenta con intensidad y complejidad y Mikkelsen es ese transmisor ideal, soberbio en su interpretación, con una actuación de extraordinaria naturalidad y vulnerabilidad. De esos que, seguramente, repiten papeles estelares cuando el director cuenta con un nuevo guión.

CRÍTICA EXTRAÍDA DE LA WEB CHILANGO Y REALIZADA POR VERÓNICA SÁNCHEZ MARÍN QUE PODÉIS LEER PINCHANDO AQUÍ


4 comentarios:

virgi dijo...

Me la tengo apuntada, a ve si viene por aquí, besos

Ángel Muñoz dijo...

Seguro que sí, Virgi. Un beso.

Verónica Sánchez dijo...

Ángel. Un gusto descubrir tu blog. Ya te sigo por aquí. Verónica Sánchez. Saludos.

Ángel Muñoz dijo...

Gracias Verónica, pero si miras bien cambié el blog hará dos meses: ULISES SIN JOYCE en ese nuevo proyecto y precioso conejo que me saqué de la chistera ando, un abrazo.