martes, 27 de abril de 2010

UN NUEVO RELATO CORTO





adivina quién viene esta noche


Se acicala con esmero. Es su último día, por el momento, y está plenamente convencida de su victoria, no tanto del retorno, más que del retorno de la acogida.

Aún recuerda el instante en el que decidió entra, sin voluntad, eso sí. Pero el límite, el que separa lo racional de lo que no lo es, había quedado a sus espaldas mucho tiempo atrás.

Por ella, sobre todo por ella, le dijo, al darle la bienvenida el psicólogo del centro. Tendría que ser egoísta, pero no para destruirse o arrasar todo su entorno, no. Egoísta para curarse.

En todo este tiempo su marido no había dejado de visitarla. Tampoco su hijo mayor, Carlos. Con dieciseis años captó, a la primera, la situación. No así Mati.
Era pequeño, y ver a su madre, a la familia desestructurada por culpa de tan mal hábito, no le había permitido, desde entonces, librarse de la medicación, para controlar la ansiedad, y de la bata blanca del psiquiatra. Mati seguía sufriendo.



Puedo, después, de tanto tiempo, en el taxi, sentir el tacto del cuero en sus manos, el olor leve y fresco que la perfumaba. Los nervios, transformados, en pequeños pajaritos, bailaban en la tripa sin darle tregua alguna. Daba igual. Daba igual todo. Tenía la victoria, a buen recaudo, en el bolsillo, y su familia, con la cena en la mesa, estaba esperándola.

Las peleas, las bofetadas amoratando mejillas, los disgustos, las noches enteras en vela, de su marido, desquiciado por saber dónde cojones andaba. Era, todo, un pasado pisoteado y guardado en el fondo del cubo de la basura.



El barrio estaba como siempre. Nunca dejó, nada, de estar igual. Fue ella la que cambió. Pagó al taxista tras recoger el equipaje del maletero. Los pensamientos iban asaltándola.
El portal, el mismo que tantas veces la había cobijado, pulcro, brillante, parecía darle la bienvenida.
Pulsó el timbre.

Su hijo Carlos abrió la puerta. Sonrió con franqueza quitándole la maleta de las manos a su madre.
Pascual, con el madil, salía de la cocina con olor a fritanga. La abrazó. Se abrazaron tanto que por un momento, Carlos, creyó que se partirían el espinazo. Preguntó por Mati justo cuando el crío hizo su aparición por la puerta de la cocina, cargado con una fuente y una ensalada magnífica.
A punto estuvo de llorar. Para qué coño negarlo. Permitió una brizna de humedad en sus ojos, pero no más. Toda la fuerza que había ido atesorando en su camino de retorno se fue desmoronando a cada paso que el pequeño daba hacia ella.
Pascual y Carlos sabían del difícil reencuentro entre madre e hijo. Permitieron todo. Gestos, lágrimas e incluso espacio. Los abandonaron en el salón para refugiarse en la cocina.

- ¿Qué tal estás cariño?- balbuceó ella tratando de contenerse.

- Bien mamá - haciendo una pausa sin atreverse a pronunciar lo que iba a decir, pero el deseo era mayor-. ¿Vas a querer vino para cenar?- preguntó.

No aguantó más. Rompió a llorar como una mocosa abrazando con fuerza a Mati.

- No mi vida- sorbiendo mocos- sólo agua.

Lo separó de si para mirarlo a los ojos.

- Sólo agua.



Inspirado en hechos reales.

Texto y foto inéditos de Voltios.

4 comentarios:

La Colorá dijo...

Me gusta esta nueva faceta tuya...Muy bueno el final, como todos tus finales. Un beso!

Ernesto Pentón dijo...

Me encanta este relato, Ángel. Me alegra el día pasarme por aquí. Un abrazo fuerte.

Luisa dijo...

Muy bueno, Voltios.
No dices nada y lo dices todo.

Un beso.

Eva Márquez dijo...

Eres bueno, Ángel, muy bueno contando relatos, muy a tu estilo, realidades de realidad, crudo y llano, y cargado de emoción. Me gusta mucho, besoss

mil gracias por tu compañía de anoche, eres un sol, como pocos hay en este mundo :))
bs
Eva