viernes, 16 de abril de 2010
UN RELATO
ojos
Dani, John y yo zigzagueábamos, ebrios, por una de esas aceras que desembocan en la plaza de Cibeles, lugar dónde aves nocturnas de cualquier ralea, todos los fines de semana, encaminaban sus pasos para poner fin a horas de alcohol, coca, pastillas y alguna otra sustancia más que seguro me dejo en el tintero.
En un momento dado y con la multitud perdimos a John de vista. Su media melena rubia, sus ojos claros, su cuerpo de nadador eran reclamo suficiente para las tías.
Los restantes, agarrados el uno al otro, seguimos camino de nuestro búho.
Una conversación acaloradísima, una voz femenina gritando hizo que tratásemos, torpemente, de girar en redondo. Agraciada con un excelente físico, lo movía de manera armónica al son de aspavientos, fruto de la discusión que parecía mantener con su pareja, un amigo o amiga, o alguien al otro lado de la línea.
Yo quería cruzar el disco en verde de Banco de España pero Dani se fue directo, como el que avista a su presa. Indiferente, y sobre todo sin recordar cómo coño lo hice yo solito, me planté a su lado como un poste de la luz.
No te puedo garantizar el tiempo que duraron las presentaciones y los besos de rigor. Estoy seguro que fue breve, muy breve. Y te digo esto porque el grandullón de Dani con su noventa kilos y sus casi dos metros de altura, de súbito, se encontraba espanzurrado en el suelo de un golpe, que de certero, casi le saca el globo ocular. Mientras, a mi, dos pares de piernas se encargaban de patearme hasta el último centímetro de piel, tirado como un alfeñique entre dos coches y sin que nadie dijese ni hiciese nada por nosotros.
No tengo claridad al recordar, pero el reguero de amapolas que dejamos ambos en nuestra huida, fue más que suficiente para un centenar de ramos.
Acunados por un callejón, tiritando de miedo, sucios y doloridos nos parapetamos tras unos cubos de basura que un viejo chino salía a llenar, de tarde en tarde, con los despojos producidos en la cocina aceitosa del restaurante oriental que trataba de atraer a la clientela con neones y letras enormes, más allá de nuestro cobijo.
- ¡Maldita perra, joder!- le gritaba a Dani, el cual, sentado, en el suelo se abrazaba las rodillas-. La cabrona discutía con no sé quien coño y sus amigos, al ver a dos bobos, que es lo que somos, bobos, han decidido tratar de pasar un buen rato a nuestra costa- hice una pausa- me estás escuchando tío.
El sabor salado descendiendo por mi mejilla hasta la comisura del labio. El retorno de la calma venciendo, definitivamente, en la batalla, a la ira. La sinceridad hecha palabras ante él, ante Dani.
- Esos ojos... los ojos. Tan claros y expresivos. Como los de Diana, ¿te acuerdas?. Hace un mes, y cada coche, cada frenada, cada jodido paso de peatones hace que me persigan constantemente- pausándome-. No sé que hacer.
Mi amigo rompió a llorar, convulso, con la cara incrustada en las rodillas y abrazándose la piernas.
- Yo...- balbuceó Dani- yo... lo he intentado, créeme, y tampoco puedo quitármelos de la dichosa cabeza. El miedo al rechazo, su pelo rubio, sus ojos........ John.
El gato que desde hacía tiempo trataba de sacar algo de sustento del cubo de basura, paró en su labor y nos miró. Empezó a maullar, como maullan cuando están en celo.
Relato y foto inéditos de Voltios.
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6 comentarios:
muy bueno.
abrazo
Buen relato y bien escrito.
Enhorabuena.
Un abrazo.
¡eres total!
(he de buscar en el diccionario de sinónimos pa' no repetirme tanto...)
Ays, las amapolas, lo que escuecen a veces.
;)
Está muy bien, Voltios.
Ya veo que le has cogido el tranquillo a los relatos.
Hay muchas historias esperando al otro lado de la calle. Detrás de una cotidiana salida nocturna, puede estar un mundo (oscuro o no) esperándonos.
Dentro de una historia siempre hay muchas más agazapadas.
Un besazo.
El relato se muy bueno Angel, la frase "fue más que suficiente para un centenar de ramos." creo que marca un tiempo en el desarrollo del relato, bueno eso y que me encanta para que mentirte.
Un gran abrazo pequeño!
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