Los padres nunca cuentan todo
lo que se puede extraer de cuatro tubos de sangre.
- y tú imaginando un color rojo magenta -
con toda tú resumida en una pegatina,
un número quizás un poco ensangrentado
-te pusiste nerviosa no apretaste
demasiado, el puño-.
Una minúscula parte de ti
se desliza viscosa,
qué más da si al pasar el roce
por la piel las células se derraman.
Y mientras el émbolo sube,
recuerdas la búsqueda curiosa
por los bordes de la herida
en las rodillas de la infancia
- dale tiempo al cuerpo para que vuelva-
la extensión nueva de la carne.
Cuatro tubos y sabemos los fluidos
que desbordaron al río en tu cuerpo,
todas las células desperdigadas
de aquellos que quisiste borrar
-a propósito-
golpean ahora a las tuyas
contra el vidrio marcadas
porque el cuerpo
recuerda siempre que dos diferentes
hacen nacer la enfermedad.
-Estas cosas deberían darse en el colegio-
mientras te reprochas a ti misma
la voz que tantas veces dijo
que nunca pasa nada,
entregas fácil tu carne de presa
al miedo que va tejiendo
uno a uno los síntomas fantasmas
con un estigma morado.
Es ahora, niña,
cuando te toca
abrir la mano.
extraído del blog de MARÍA MERCROMINA
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