sábado, 20 de octubre de 2012

Precipincipio by Eva Monogatari

 


Hoy hace seis años que me encontraba en lo alto de un edificio de treintaycinco plantas, a dos pasos del borde. Calculaba cuidadosamente el tiempo que tardaría en adelantar los pies y la velocidad con la que llegaría al suelo. Preparaba las rodillas para el aterrizaje. Estaba dispuesta a saltar. A dos pasos del salto. Entonces llegó alguien y, con lágrimas en los ojos, me dio un empujón. Me precipitaron. Durante el descenso disfruté del roce del aire en la cara. Sentí un vértigo delicioso y vi el futuro acercarse a toda velocidad, imparable. Cuando llegué al suelo marqué un número de teléfono y saltó el contestador. “Acabo de caerme y soy la mujer más feliz del mundo” fue el mensaje que dejé. Lo celebré allí mismo con una cerveza, una sonrisa imborrable y ni un solo adiós. Estaba dispuesta a saltar pero quizá nunca lo hubiera hecho y hubiera seguido subiendo todos esos escalones hasta la azotea, conformándome con ver el paisaje, cada día. Han pasado tantas cosas (tanta gente, tantos libros) desde entonces. Sí. Se acabaron los veleros rodeados de medusas, los hoteles con cinco estrellas de soledad, los ridículos paseos en calesa, comer ostras hasta aborrecerlas en catamaranes absurdos, disparar bolas de pintura deseando que fueran de plomo o de lo que sea que están hechas las balas. Se acabó mentirnos todas las mañanas. Ahora los aviones sirven para acercarnos. Las salas de reuniones son bares, cafés o confortables salones caseros. Todos los números son romanos. Las fábricas que ahora visito están hechas de cabeza, corazón y manos. Y no es como lo había imaginado. No. Es mucho mejor.


extraído del blog de EVA MONOGATARI

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