XI.
Sin mi piel y sin mis muslos. No es
culpa mía. Una fotografía se adhiere
a la cola de los genios. Acompaño
a las mujeres para que abracen sus
rodillas. La soledad transforma todas
las voces. No es culpa mía. La rapaz
me ha enseñado que la verdad no
es la verdad. La realidad palidece
en mis hombros. Las llamas de las
pesadillas mueren en mi lengua.
Un rosal agoniza bajo la grava y las
ampollas del delirio bajo la cama. La
voz del odio es lenta, el sufrimiento
veloz. Un billete de tren en la blusa.
XVII.
Y me he vuelto carmesí, de
vergüenza, de dolor, de placer. Tengo
miedo de moverme. En la cama se
detienen las moscas, tiembla el suelo,
mis manos. El reloj apenas respira.
Y así, tu corazón es el peligro de
vivir de nuevo. Como la voz de un
niño perdido, como una plantación
de tabaco, te arrojaste a la orgía del
atardecer. Versos ateridos, papel
húmedo, dedos de espejo. Te paseaste
por los barrios malsanos. Tu cuello
roto. Bebo la sangre de tu boca, sin
excusa, sin ardor. Me tragaré los
sueños coagulados.
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