miércoles, 15 de julio de 2009

"El EXPERIMENTO" GRAN PELICULA QUE EL COMELOTODO CINE AMERICANO VA A APROVECHAR PARA HACER UN REMAKE CON, PARECE SER, ADRIEN BRODY A LA CABEZA

CRÍTICA

Rubén Corral

El lobo en el espectador

Gran tema el que trata "El experimento" (Das Experiment, Olivier Hirschbiegel, 2001), película premiada en el pasado festival de Sitges. Su trascendencia es abrumadora, su interés es indudable, su argumento llamaba para rodar una película y es de agradecer que se haya realizado. Esa historia fenomenal no escatima, pese a todo, puntos débiles, incoherencias y ramales superfluos, pero su origen real (aunque la película no ilustre concretamente el experimento que tuvo lugar hace tres décadas) la dota de un inquietante espíritu turbador. Estas intenciones, además, son parcialmente conseguidas a lo largo de las dos horas en que transcurre el film. Y sin embargo, hay que volver a apuntar a esa diferencia perenne que debemos trazar entre el interés de la historia y el de la película porque el desequilibrio es flagrante en este caso. Esa antinatural separación que tanto ayuda a recibir la película en su conjunto se percibe particularmente en casos como éste, es decir, en películas cuyo punto de partida bien podría haber dado pie a grandes resultados.

Olivier Hirschbiegel enfatiza hasta la náusea una historia a la que, si algo le sobra, es fuerza como para necesitar ser exaltada por decisiones tan importantes a la hora de narrar en cine como es el emplazamiento y movimientos de la cámara o la elección de las lentes utilizadas. No digo que este argumento (un grupo de veinte hombres toman parte en un experimento supervisado por un equipo de doctores a través de cámaras de vídeo en el que ocho de ellos adoptan los roles de carceleros y el resto de prisioneros), su violencia o su crudeza angustiante, deba ser rebajado. Sin embargo, epílogos como el que cierra la película o planos "después de la batalla" con objetivos gran angular lejos de hacer destacar algo que ya ha impactado de por sí, entorpecen la narración, detienen el ritmo y expulsan momentáneamente al espectador. Son desdeñables y absolutamente superfluos.

La incompetencia del director le hace tomar decisiones de tan dudoso gusto cinematográfico (incluso moral, si me apuran) como, por ejemplo, aquél en el que uno de los prisioneros es encerrado en una cámara oscura. La grosería de esta determinación de montaje (que no es más que una concreción de otra resolución de rodaje) de combinar hasta tres planos de un interior en el que no se debería ver nada no puede ser compensada tan gratuitamente como por encontrar la coartada tecnológica de esas cámaras de visión nocturna a través de las cuales la situación adopta un tono monocromo. Esta secuencia desasosegante, claustrofóbica y desasosegantemente narrada (incluso el encierro de Reynaldo Arenas en la anodina "Antes que anochezca" (Before night falls, 2000) estaba mejor planificado por Julian Schnabel) no sólo se vale de hasta tres tiros diferentes de cámara sino que se combina con unas imágenes oníricas que contribuyen a suavizar la situación, lo que es tanto como decir que la despoja de toda la fuerza que le pudiera quedar.

La incapacidad demostrada a lo largo de todo el filme por Hirschbiegel -fruto de ese batido de tópicos visuales importados de los telefilmes estadounidenses, tan apoltronados como asentados, "acinematográficos" y estandarizados en una narrativa audiovisual imperante que gusta de tomar al espectador por un imbécil al que hay que pretender epatar para que no se duerma y al que hay que evitar que tenga que pensar en algún recoveco de la película cuando sale del cine- se extiende al guión. Por un lado, incluyendo abundantes estorbos para el ritmo de la película, por otro, tirando piedras contra su propio tejado: la máxima hobbesiana que sobrevuela el argumento -el manido pero no menos cierto homo homini lupus- queda a la postre excusada por el proceso de acomodamiento dramático al que somete al argumento el equipo de guionistas (en el que también se encuentra el autor de la novela adaptada). El pensamiento de que "todos llevamos un dictadorzuelo dentro" es sustituido finalmente por el recurso al trastorno mental transitorio (o no) del malvado (o malvados). Esta afirmación no hay más que corroborarla con las ideas que recorren la mente del espectador cuando, tras sufrir mil y una fechorías infundadas, el "bueno" logra atacar con éxito al "malo". Allí está el lobo para el hombre.





La crítica de Rubén Corral me parece acertadísima. Helado, sin palabras, ante lo que el ser humano, un hombre de carne y hueso puede llegar a hacer en situaciones de crisis. Expeluznante de verdad.

No se llegó a estrenar en España, y un día navegando por Internet encontré está crítica, tiré de Emule y ¡Voila!, peliculón.


Últimamente, el cine alemán, con muchos menos medios que el americano, está planteando propuestas muy series, ver como ejemplo "La Ola", estrenada el año pasado en nuestro país y creo, bajo mi humilde punto de vista, que pasó con más pena que gloria. Pero sigue siendo un film loable y con una intencionalidad muy clara, eso creo, que es la de querer borrar ese pasado tan reciente (Hitler y demás basura) del cual se arrepienten. Un saludo colegas.



Voltios dixit.


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