Paulino había sido un subordinado toda su vida. Sus escasos estudios le
impedían optar a algo mejor. Con el tiempo había asumido que seguiría
así hasta que la jubilación lo apartase de su oficio. Hasta que llegase
ese momento seguiría limpiando oficinas. Como era el último mono,
cualquier pichicato podía ordenarle fregar lo que otro había ensuciado. Y
él se veía obligado a obedecer sin dejar de sonreír. Tantas horas de
sumisión alteran el carácter y la personalidad de cualquiera. Lo vuelven
débil y cobarde. Llega un momento en el que agachar la cabeza ya no
importa demasiado. Te convences a ti mismo de que lo que realmente
importa es la nómina. Al final, en lugar de protestar por tus derechos
más legítimos, hundes la mirada en el suelo y dejas que cualquiera pase
por encima de tu orgullo. Pero Paulino tenía un método, una válvula de
escape: Sadomaso. Acudía a aquellos locales una vez por semana. En
cuanto se calzaba la máscara de cuero se transformaba en un tipo
dominante que dando órdenes sin titubear sometía a su sierva. Si no era
obedecido de inmediato sacaba la fusta y azotaba las nalgas de la mujer
hasta hacerlas sangrar. Entre aquellas cuatro paredes él era el puto
amo. Con la máscara de cuero él ostentaba poder. Un poder de alquiler y
pagado de antemano, pero néctar vigorizante para su dignidad. La puta
lamía literalmente sus botas mientras él, henchido de satisfacción, le
gritaba:
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú.
Paulino era consciente de que todo era un juego, no obstante las
palabras de la puta le sabían a gloria bendita. Allí, él era un
h-o-m-b-r-e.
- ¿Quién es tu puto amo?
- Tú y solo tú.
- ¡Dilo más alto!
- ¡¡TÚ!!
- ¡Más alto, qué te oiga todo el mundo!
- ¡¡¡TÚ, TÚ Y SOLO TÚ!!!
Entonces eyaculaba en la cara de la fulana.
En cuanto se quitaba la máscara Paulino dejaba de ser altivo y volvía a
su personalidad habitual, es decir, un tipo mediocre y apocado.
Al día siguiente, mientras pasaba la fregona, pensaba en su sierva
recibiendo el esperma en la boca. Entonces su pene se levantaba como un
puño en alto. Un inhiesto estandarte con el que protestar por tanta
servidumbre. Y ya que él se tenía que doblegar a diario, en compensación
y por justicia que su polla hiciera lo contrario.
Texto: pepe pereza
Ilustración: Pedro Espinosa
EXTRAÍDO DE SU BLOG ASPEREZAS
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