viernes, 9 de noviembre de 2012

DOS POEMAS DE HENRI COLE



ACEITE Y ACERO

Mi padre vivió en un sucio mausoleo,
mirando un televisor portátil en blanco y negro,
leyendo la Enciclopedia Británica,
que prefería a la Ficción Moderna.
Un mal hepático mató, uno a uno, a sus schnauzers,
excepto al que cuidó de su cadáver,
que encontraron sosteniendo un vaso de Bushmills.
"Lo muerto, muerto está", diría él, un antipredicador.
Cogí una camisa a cuadros de su armario
y un poco de aceite de motor: mi herencia.
Una vez, vi llorando en un juzgado
-abandonado, falto de atención- a este hombre que nunca
me mostró mucho afecto, pero que me dio un remedio
para la soledad que, casi siempre, me ha sido útil.


CHENIN BLANC

"Eh, humano, mi corazón está triste",
afirma un cuervo, mientras estoy leyendo y bebo
chenin blanc en el balcón. Su colega
saborea un agonizante roedor y parece
querer decir algo, extendiendo
una garra apretada y amarilla, como un hombre diminuto:
"Cualquier cosa que desees, deséala para ti mismo",
picotea, citando a Rumi, claramente decepcionado,
pero también algo visionario, como si su mentalidad de cuervo
percibiese mi propio Infierno privado. No obstante, mis manos
frotando mi cuello tienen la intensidad
de las de una madre al tocar a un niño, así que digo:
"Háblame, cuervo", defendiendo al humano,
"¿No hizo Dios que la carne sintiera esto?".

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

CURIOSO!!
tengo ese libro, me apasiona, ahora buscaba un poema que me encanta que se llama Gravedad y Centro, como no tengo aquí el libro, que está en casa lo buscaba para compartirlo y aparece esta entrada de blog, me encanta Ángel porque yo también le disfruto mucho. besos de martes y trece