Hace relativamente poco mi amiga y poeta, la Cañamares, me hizo llegar por mail un documento donde exponía, bajo su óptica, su propia visión del 15M y todo lo que vino después. No he podido, tras leerlo, dejar de pensar y reflexionar sobre muchas cosas que cuenta en él. Me removió la conciencia bastante, y por eso os he decidido dejar aquí uno de esos días, que a modo de diario, Ana, redacta en primera persona.
Bravo Ana! Fantástica labor.
28 de mayo
Resaca. Física, espiritual, emocional.
Primera asamblea de barrio. Manuel y yo bajamos por el Paseo de Extremadura temiendo que
seamos cuatro. Tengo que reconocer que voy nerviosa, excitada, muerta de miedo. Pero al llegar
compruebo que somos más de trescientas personas mirándose incrédulas. Siempre la falta de fe. El
lugar elegido -a la salida del metro de Puerta del Ángel- se ha quedado pequeño. Hay gente de todas
las edades. Gente con la que llevo conviviendo en este barrio casi dos años y a la que no había visto
en mi vida. Estamos un poco perdidos en cuanto a la organización; la voz cantante la llevan, cómo
no, unos cuantos chavales con pinta de haber aprendido en Sol. Les veo intentando sacar aquello
adelante, entre aliviada y agradecida por su paciencia. Asisto por primera vez a los prolegómenos de
una asamblea: quién va a moderar, quiénes apuntan el turno de palabra, quién toma acta... Siempre
que he asistido a una estaba ya empezada. Alguien ha traído un equipo de sonido, con altavoces y
micrófono. Llega un chico con una nevera portátil llena de botellas de agua. Todo el tiempo se
insiste en que dejemos un pasillo para la gente que sale del metro; ese es el único problema que
podría surgir frente a la policía. Cada vez que tomo parte en algo relacionado con el 15M no dejo de
sorprenderme: siempre hay alguien que parece haber previsto todos los problemas que podrían
presentarse.
A mitad de la asamblea se acerca una vecina que acaba de salir de uno de los portales de la plaza.
“Los de
las manitas -dice, haciendo alusión al signo de aplaudir en silencio- que sepáis que estáis
arruinando España”. Manuel y yo nos calentamos. A España ya la han arruinado otros, señora, le
gritamos. Pero alguien a nuestro lado demuestra más sabiduría. Le dice a la mujer que hay un turno
de palabra y que estaremos encantados de escuchar lo que tiene que decir. Ella se acerca y pide el
micrófono. Le contestan que hay gente apuntada para hablar por delante de ella, que espere su turno
y podrá decir lo que quiera. Pero ella no está dispuesta a esperar, se da media vuelta y sigue con su
retahíla. Qué gran retrato, pienso. No va a esperar a hablar porque sabe que tendrá que oír cosas que
no le gustan. Sin necesidad de aspavientos por nuestra parte, acaba de retratarse. No voy a dejar de
aprender nunca.
La asamblea se pierde en disquisiciones sobre dónde es mejor reunirse y a qué hora, y si vamos a
permitir que se graben o no -se habla de los derechos de los menores, y también de que hay
personas que no quieren ser identificadas. Me sorprende la lentitud. Hablo y pido una condena
expresa de nuestra asamblea al consejero de interior que mandó apalear a los acampados de
Barcelona. Consenso. Se habla durante bastante tiempo si es necesario o no desmantelar Sol. Este
debate me indigna especialmente. Pido turno de palabra: sí, todos somos Sol, como no paro de
escuchar. Pero... tengo trabajo, una hija, horarios, insomnio, ciática... yo no estoy durmiendo en Sol
y paso por allí a ratos sueltos, cuando puedo y quiero. Yo no me siento con autoridad moral ni de
ningún tipo para exigirle a alguien que se quede, a pesar de su agotamiento, o que se vaya, si va a
sentir que irse ahora es una rendición. Estoy agradecida a Sol, y apoyo la decisión que tome la gente
que está en Sol. Lo que hay que hacer ya se está haciendo, creo. Que el espíritu y la energía de Sol,
su ideario y su organización, su entusiasmo y sus enseñanzas, se irradien fuera, y que si la
acampada se desmantela, ya sea a la fuerza o voluntariamente, no nos pille desorganizados.
Todo me parece particularmente lento; no creo que se trate solamente de mi habitual impaciencia,
sino que además a todo el mundo parece hacerle ilusión hablar para sus vecinos, y los temas y las
opiniones se repiten una y otra vez, se marcha hacia adelante para luego volver hacia atrás. Tengo
que decirme a mí misma una y otra vez que a) todos estamos aprendiendo y b) la gente está tan
poco acostumbrada a expresarse, a que la escuchen, a que su opinión cuente tanto como la de los
demás, que es más que comprensible que quieran hacerlo, aunque repitan opiniones ya expresadas o
añadan poco al tema que se esté tratando. Una vez más, veo que todo lo que está pasando tiene una
lectura común, para todos, y otra lectura que cada persona debe aplicarse a sí misma: en mi caso, yo
tengo que aprender paciencia.
Manuel y yo nos vamos antes de que la asamblea termine. El calor es casi insoportable y hemos
quedado con mi hija y una amiga para llevarlas a comer por ahí. Como siempre que tengo que
marcharme antes de que las cosas terminen, me voy con cierta desazón, como si todo lo importante
estuviera por suceder. En este caso esperaba que la asamblea fuera más efectiva y rápida, que antes
de la próxima se hubieran organizado ya las comisiones- tal y como se funciona en Sol; me voy
repitiéndome que suceda lo que suceda reunir a casi 400 vecinos que son capaces de hablar y
escucharse y verse las caras es un éxito.
Hablo mucho con mi sobrino L. Trabaja para una empresa muy grande y sólida, de las de grandes
beneficios, y ha estado en Sol desde el primer día. Sale de trabajar, coge su moto y se va para Sol.
Me sorprende; nunca hemos hablado mucho de política, y aunque sé que es una persona inquieta y
concienciada no me lo imaginaba también actuando con tanta entrega. Me dice que no se pueden
perder de vista los objetivos principales, que la parte central del movimiento tiene que estar
enfocada hacia la economía. Él trabaja de informático pero habla de economía y de fiscalidad como
un experto. No ha dejado de llevar documentación -artículos, documentales- a la comisión
correspondiente de Sol. Al parecer, sonríen cuando le ven acercarse con sus fajos de papeles para
repartir. Él comienza a desesperarse. No entiende lo que llama la burocratización del movimiento,
tanto comité y grupo de trabajo; y sobre todo, le cabrean las comisiones que él ve innecesarias,
amor y espiritualidad, por ejemplo, se pone enfermo cuando pasa junto a la carpa con el cartel
donde dice Reiki. Dice que el otro día asistió a una ceremonia de servir el té, y no sé si habla en
serio o en broma. Veo en él la misma impaciencia familiar, y dudo de si sus objeciones son más
ideológicas o de carácter. Le digo -y me digo a mí misma- que no sea tan exigente; que si en el
movimiento sigue habiendo propuestas legítimas y justas, que ponga su atención y su interés en
ellas, y que deje a los demás. Siempre habrá a quien le parezca más importante prohibir los toros
que parar los desahucios, y está bien que los frentes se amplíen y las causas justas se multipliquen.
Cada uno se encuentra especialmente sensibilizado hacia una causa, por motivos ideológicos y por
motivos particulares, a veces inconscientes, que también hay que respetar. Que él se enfoque en lo
que le interesa. Por un lado creo en lo que le digo; por otro, sencillamente, me resisto a criticar lo
que pase en Sol. Quiero decir que estoy tan agradecida, tan gratamente sorprendida, que no voy a
juzgar a los que piensan que el amor y la espiritualidad y el reiki también son necesarios. Yo creo
que la poesía es necesaria, y probablemente a muchos les parecerá una gilipollez, una causa menor.
Pues claro. En el momento en que apalean a alguien, la poesía no sirve de mucho. Pero quizás antes
o después... Mi sobrino piensa que esto es lo que le ha pasado siempre a la izquierda, que se
desvirtúa y se deriva y se difuminan sus objetivos, y que tiene miedo de que se pierda la fuerza que
ahora se ha conseguido. Comparto su miedo. Yo también me abrumo con tanta comisión y
subcomisión y grupo de trabajo, con tanta acta, tanta información que no da tiempo material a
abarcar. Pero también pienso si él, o yo, con la exigencia, la impaciencia, la pureza, las ganas de
controlarlo todo, no seremos también herederos de los errores de otros. Quizá hay que aprender a
pensar de otra manera, a ser más abiertos, menos intransigentes, más respetuosos con los ritmos e
intereses ajenos. Sé que no le convenzo; quizá sea por la edad. Pero yo no soy mucho mayor que él;
y con quienes está enfadado es con esos jóvenes que parecen querer hacer las cosas de una manera
nueva, diferente.
Aún me quedan fuerzas para tener fe en lo que hacen otros. Es una novedad en mí: relajarme en la
confianza.
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